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Recuerdo perfectamente este callejón llamado de las manitas, ya que ahí se encontraba el árbol (ignoro si aún exista) cuyas flores tenían la forma de manos, de ahí su nombre.
Viviendo yo en avenida de los maestros (antes Río Verdiguel), me gustaba subir por este callejón junto con mis hermanos, para dirigirnos al cerro de la pedrera. De ahí, solo cruzábamos Circunvalación, y Lomas Altas (que solo se constituía por unas cuantas casas), y enseguida estábamos en el cerro.
Recuerdo aquellas fiestas decembrinas que organizaban los habitantes del callejón, en las cuales, cada familia se cooperaba para contratar dos grupos los días 24 y 31 de diciembre, para amenizar sus madrugadas, Corría vino al por mayor, y por ser un barrio bravo, no faltaban los pleitos, ya fuera entre ellos mismos o por la “visita inesperada” de gente de otros barrios, que así probaban su valor, al ingresar al “territorio” de sus rivales.
Gente aquella del callejón, que ahora han retomado su vida; gente que yo veía en mi niñez como salían alguna tarde en grupo, para ir a Zopilocalco o las Peñas, a buscar pelea, y al cabo de unas horas, los veía de nuevo pasar, pero esta vez, con las huellas de las batallas.
Como no recordar al “Ingles”, al “Torote”, “el Rostro”, “el Chiras”, “el Nene”, “el Jarocho”, “el Explosivo”, etc.; todos ellos defendiendo su territorio; nunca tuve miedo de ellos, ya que en lo particular, nunca supe que se drogaran o algo por el estilo, nunca supe que cargaran un arma de fuego o cuchillo, no, simplemente eran peleas a puñetazo y patadas limpias.
Recuerdo que era y sigue siendo, un lugar preferido para comprar los cohetes, que tronábamos alegres en navidad. A la distancia, a muchos les sigo hablando, muchos o la mayoría, son gente de bien, trabajadora. Algunos ya fallecieron, sea por enfermedad o por accidentes, pero ya no están.
Recuerdo como mi padre, mis dos hermanos y yo, tuvimos que enfrentarnos contra algunos de estos, así, en bola, para no dejarnos intimidar, y después de esto, al cabo de unos meses, nos volvieron a hablar, pidiendo disculpas y nosotros aceptándolas. Así era antes, si te dejabas, te agarraban y ya no te soltaban, pero si no te dejabas, obtenías su respeto.
El callejón de las manitas, lleno de gente brava pero honesta.